CONCIERTO
20 julio - 
 21:30
Orquesta Joven de Andalucía
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Orquesta Joven

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Sinfonía nº5 en do sostenido menor, Gustav Mahler

Trauermarsch. In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt.
Stürmisch bewegt. Mit grösster Vehemenz.
Scherzo. Kräftig, Nicht zu schnell.
Adagietto. Sehr langsam
Attaca. Rondo-Finale. Allegro-Allegro giocoso. Frisch.

La construcción de un mundo

Gustav Mahler aprovechó sus vacaciones de verano de los años 1901 y 1902 para escribir su quinta sinfonía. Había comenzado a esbozarla en febrero de 1901, durante la convalecencia de una grave enfermedad intestinal que le tuvo al filo de la muerte. Poco después, conocería al gran amor de su vida, Alma Schindler. Los presentaría Gustav Klimt en una cena de amigos. Todos alababan a Mahler, salvo la joven Alma, quien le espetaría “tu música no me gusta, no tiene estructura, le falta orden”, antes de abandonar airadamente la mesa. Mahler fue tras ella y la invitó a asistir al ensayo de la Filarmónica de Viena a la mañana siguiente, para tratar de hacerle cambiar de opinión. Se casarían seis meses después. Alma tenía 20 años, Mahler, 40. 

Podemos extrapolar esta intensa plenitud emocional a la composición de la sinfonía en do sostenido menor. Ya lo decía el propio Mahler: “una sinfonía debe ser como el mundo, debe contener todo”. Dividida en cinco movimientos, aunque concebida en tres partes, la obra retoma la concepción tradicional de sinfonía meramente instrumental, tras las sinfonías números 2 y 3, que fueron diseñadas con un orgánico sinfónico-coral, y de la cuarta, que culmina con la voz de soprano en el movimiento final. El primer movimiento, esbozado durante su convalecencia, se inicia con una marcha fúnebre en las trompetas, que estarán presentes a lo largo de toda esta primera página. Con dos secciones contrastantes, aunque oscuras y espeluznantes, la crudeza temática se extenderá al segundo movimiento, casi expresionista, que comienza a dar señales de esperanza a partir del hermoso coral en re mayor. 

El tercer movimiento es el más largo de la sinfonía. En forma de Scherzo, aunque de una gran complejidad estructural, Mahler recupera aquí la tradición popular vienesa, ya que, para el autor “la tradición no es el culto a las cenizas, sino la preservación del fuego”: tempo di vals, melodías campestres y variaciones que, con gran predominio de las trompas, dan relevancia a todas las secciones de la gran orquesta. En sí mismo, este tercer movimiento conforma la segunda parte de la sinfonía y da paso al cuarto y quinto movimientos, con los que concluye la obra. 

El cuarto es, sin duda, el más emblemático. El reconocidísimo Adagietto, interpretado únicamente por la sección de cuerdas, es un retrato musical de Alma, su declaración de amor hacia ella. Alma, que había sido El beso de Klimt, que sería La novia del viento de Kokoschka y que aún se vería reflejada en la sexta y la octava sinfonías de Mahler, quedará para siempre retratada en este movimiento lento, oasis y absoluto clímax de belleza, caracterizado por el elocuente color del arpa. 

Finalmente, el quinto movimiento, consecuencia feliz de todo lo vivido hasta el momento en la sinfonía y reflejo de las vivencias de Mahler en los dos años que transcurrieron durante su composición. Un rondó allegro, elaborado y fulgurante, que será, además, la puerta a la sexta y séptima sinfonías, su gran ciclo sinfónico. Y es que para Mahler escribir sinfonías suponía “construir un mundo”, lo que le permitió encontrar en la música las respuestas que buscaba en su vida. 

El 24 de agosto de 1902, Mahler interpretaría por primera vez la obra para Alma en su casa de verano de Maiernigg. Continuaría revisándola y corrigiéndola hasta el otoño de 1903. El estreno tuvo lugar en los Gürzenich Konzerte de Colonia, con la Filarmónica de Viena el 18 de octubre de 1904 y seguidamente publicada por la editorial Peters a pesar de que, ya durante los ensayos, Mahler consideró que debía revisar la orquestación, labor que realizaría de un modo casi obsesivo hasta 1909, en esa idea constante en su vida de que “lo mejor de la música no se encuentra en las notas”. 

La quinta sinfonía supone el puente entre el romanticismo y el modernismo del siglo XX. Recoge la tradición centroeuropea de sus antecesores y señala el camino ideológico y creativo a seguir en un periodo social, política y personalmente complejo, en el que llevaría hasta el extremo su leit motiv disciplina, trabajo. Trabajo, disciplina. 

Alma abandonó a Mahler en 1910. La obsesión del compositor austriaco por su música y la obligatoriedad contractual de Alma de abandonar sus inquietudes artísticas para dedicarse a las necesidades de Mahler mermaron profundamente su matrimonio. Pero la muerte de su hija María con cinco años de edad supuso un punto de inflexión sin retorno: Alma se refugiaría en Walter Gropius, el joven arquitecto que años después fundaría la Bauhaus. Mahler caería en una profunda depresión que derivaría en una dolencia cardiaca y de la que moriría en 1911, dejando inconclusa su décima sinfonía. 

Pero eso, ya es otro mundo.

Beatriz González Calderón, Mayo de 2023

 

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