Joven Orquesta
CONCIERTO PARA PIANO Y ORQUESTA OP.54, R. SCHUMANN
Solista: Rafal Blechacz, piano
SINFONÍA INCOMPLETA Nº8, F. SCHUBERT
CANTOS CANARIOS DE T. POWER (arreglo Santiago Sabina)
Director: Víctor Pablo Pérez
Solista: Rafal Blechacz
Grandes maestros del repertorio sinfónico del Romanticismo se dan cita en este programa con obras cumbre de sus correspondientes catálogos compositivos, el Concierto para piano en la menor, Op. 54 de Robert Schumann (Zwickau,1810- Bonn, 1856), la Sinfonía n.° 8 en si menor D. 759 de Franz Schubert (Viena, 1797-1828), conocida como la <<Sinfonía Inacabada>>, y Cantos canarios de Teobaldo Power (Santa Cruz de Tenerife, 1848- Madrid, 1884), arreglo y orquestación del maestro Santiago Sabina (Santa Cruz de Tenerife, 1892- 1966). El halo romántico que envuelve a las tres partituras no pasará desapercibido al oyente por sus melodías evocadoras y expresivas, así como por los guiños que recoge la partitura de Power a su tradición cultural autóctona.
Robert Schumann nace en el seno de una familia de libreros y editores y desarrolla una pasión por la literatura, es un voraz lector con clara inclinación hacia la poesía como actividad profesional en igual medida que hacia la música. No obstante, comenzó a estudiar derecho, aunque en vano, dado que, tras el primer curso, a los veinte años de edad, abandona la carrera y comienza su formación en piano y composición de forma intensiva. Friedrich Wieck fue su maestro y después se convertiría en su suegro, pese a las controversias derivadas de su oposición a la concesión de la mano de su hija Clara Wieck, gran pianista y compositora.
El Concierto para piano Op. 54 fue compuesto entre 1841 y 1845, un margen de cuatro años que necesitó para concebir la obra a partir de su Fantasía en la menor para piano y orquesta escrita en 1841. El detonante de esta transformación en un concierto fue la insistencia de su esposa en esta labor. Ella misma estrena la obra en 1846 y la interpreta después en varias ocasiones, a pesar de que estaba dedicada al pianista y compositor alemán Ferdinand Hiller. Desde el estreno de la pieza se convierte en una obra clave del repertorio para piano hasta la actualidad, cuya interpretación demanda mucha capacidad expresiva, y no el virtuosismo que se estilaba en el Romanticismo en las obras para piano.
Schumann ha pasado a la historia como un compositor que rompe con las formas tradicionales, y así, en este concierto pude observarse que no responde a los formatos tradicionales de sus predecesores, sino que innova con una estructura formada por tres movimientos, Allegro affettuoso, intermezzo, Andantino grazioso y Allegro vivace, que a efectos de escucha son dos, porque los primeros se interpretan sin mediar ninguna pausa. El impactante y dinámico comienzo de la orquesta y solista es un claro indicador del romanticismo anunciado. Por su parte, la impronta melódica sigue a este inicio con la presentación de un tema, al que recurrirá en reiteradas ocasiones pero transformándolo a través de la técnica de la variación, la cual domina con bastante habilidad. La obra se debate entre dos caracteres contrastantes, dinámico- poético, como es natural a Schumann, identificados con dos personajes conocidos como Florestán y Eusebius. Mientras el primer movimiento está dominado por el carácter impulsivo, el segundo se define más sensible. Al no haber pausa entre estas dos secciones, la antítesis de caracteres es de gran efectividad y fundamental para diferenciarlos. El tercer movimiento y final se identifica con un carácter marcial y el juego melódico con un nuevo tema. Su viveza,
teñido de momentos poéticos románticos, va in crescendo hasta llegar a un final energético, en conexión con la apertura del concierto.
Franz Schubert es hijo de un maestro y recibe una educación musical de la mano de su padre. En principio sigue los pasos de este y se dedica a la docencia, pero pronto da un giro a su vida y opta por ser compositor hasta el fin de sus días. Su vida transcurre en Viena y desde niño absorbe el consumo habitual de música doméstica, la música de cámara, tradición que queda reflejada en su catálogo compositivo. Fruto de ello, en vida se le reconoce sobre todo por sus pequeñas piezas, mientras que las obras de gran formato, como la Sinfonía Inacabada, pasaron inadvertidas. Murió a la edad de 31 años.
Esta Sinfonía nº 8 de Schubert data de 1822 y tal como su nombre indica la dejó inconclusa, solo contaba con dos movimientos, el tercero, un scherzo, no llegó a finalizarlo. El estreno de la obra no tuvo lugar hasta 1865, gracias a que el hermano de Schubert instó al director Johann Herbeck para que promoviera la premier. A pesar de ello, ha sido una obra referente y modelo a seguir para los compositores románticos, como es el caso del propio Schumann. Esto se debe en parte a que Schubert fue el más innovador de entre los contemporáneos de Beethoven y el único vienés que captó la esencia de su ciudad, es decir, el gusto por las danzas y el lirismo tan de moda en aquel momento, que bien pueden apreciarse en esta composición.
Por una parte, el primer movimiento, Allegro moderato, aporta un claro comienzo innovador y romántico por su sugerente tratamiento sonoro y melódico. El crecimiento es paulatino y la masa sonora se va imponiendo desde la nada. El temperamento dramático inunda toda esta sección con dinamismo y juega con contrastes armónicos interesantes,
para conducirnos al segundo movimiento Andante con moto, que, sin perder el tinte de dramatismo, muestra una cara más apacible y sosegada.
Schubert tenía un talento especial para la invención de melodías, característica que le identifica en todas sus composiciones, y también en el caso que nos ocupa. La Sinfonía Inacabada comprende varios temas melódicos sobresalientes, cuyo primer movimiento acoge en el marco de un diseño estructural sonoro y formal creciente, que nos dirige hacia el clímax de la obra en la sección central con carácter triunfante, después retoma una vuelta al carácter más solemne, en consonancia con el comienzo. El segundo movimiento destaca por la expresividad y belleza de sus dos temas principales, en los que opta por la técnica compositiva de la repetición. En general, sus melodías son extensas creaciones líricas bien definidas y cerradas, características que se prestan menos a un tratamiento de desarrollo temático, como era habitual entre sus contemporáneos.
Teobaldo Power proviene de una familia irlandesa de comerciantes y se inicia en la música a través de su padre. Destaca de tal forma, desde niño, por sus destrezas musicales y compositivas, que la familia le motiva y apoya en su formación, y así, le envían a Barcelona y París, donde se desarrolla como músico. Tras finalizar sus estudios musicales comienza una carrera internacional que le lleva a nuevos destinos como Cuba, Portugal, Málaga y Madrid, entre otros. En este último destino estrecha vínculos con los insignes
compositores Isaac Albéniz y Tomás Bretón, y toma el cargo de organista de la Real Capilla, así como el de profesor de piano de la Escuela Nacional de Música y Declamación. Muere muy joven a la edad de 36 años.
Cantos Canarios de Power tiene su origen en una composición para piano que el compositor realizó durante una de sus estancias en Tenerife, en las Mercedes de San Cristóbal de la Laguna, en 1878. Como su título indica se trata de una obra que compendia elementos musicales canarios, es decir, aires populares, ritmos, melodías que están en la memoria colectiva del pueblo canario. Estos se ponen en valor como icono de esta cultura
a través de esta partitura. Y de aquí, el sobrevenido himno canario a partir de la melodía del Arrorró.
Esta mirada de Power a sus raíces musicales para plasmarlas en una obra de proyección internacional ha derivado en uno de los pilares de su creación. En ella los referentes más tradicionales, -tajaraste, tanganillo…-, se revisten de tal forma que lo local y lo universal conviven y se fusionan como no se había logrado antes en una obra canaria. Se estrena en 1880 en la Sociedad Filarmónica de Tenerife y tres años más tarde, la adaptación para orquesta ve la luz en Madrid. La razón de ser de esta composición viene motivada tanto por el arraigo canario del autor como por la influencia de la corriente nacionalista que España transitaba. Power era amigo de figuras relevantes tales como Eduardo Ocón (1833-1901), quien escribió Recuerdos de Andalucía (1868), Cantos españoles. Colección de Aires Nacionales y Populares (1874), o también de Albéniz (1860-1909)
quien posteriormente escribió sus Cantos de España (1891-1894), así como de Bretón (1850-1923) defensor de la ópera nacional.
La obra comprende diferentes secciones sin solución de continuidad en las que los elementos rítmicos de arraigo canario plasman su sello de identidad. Estos impregnan toda la partitura con guiños al folclore canario, que van desde alusiones pasajeras hasta la evidencia más destacada en secciones donde se puede reconocer por la evidencia rítmica-temática, un tajaraste, folía, seguidilla, malagueña y tanganillo con facilidad, en este orden concreto. Los tempos confrontan unas secciones lentas y tranquilas con otras marcadamente animadas y alegres, de esta forma el contraste está garantizado entre fragmentos de la obra, e igualmente se produce por los aires que se alternan y el carácter cambiante.
La obra ha despertado el interés de diferentes compositores que se han acercado a ella para ofrecer nuevas versiones de orquestaciones y arreglos, como la ofrecida por el canario Elfidio Alonso, y también ha sido tomada como fuente de inspiración por el compositor canario Emilio Coello para su concierto para timple y orquesta Altahay, entre otros. La que se escucha en este concierto es del maestro Santiago Sabina (1893-1966), una de las versiones más notorias e interpretadas. Se estrenó en junio de 1937 y su aporte afecta respecto a la original, sobre todo, en lo que a aspectos tímbricos se refiere, mientras que conserva en su totalidad la impronta canaria de Teobaldo Power.
Rosa Díaz Mayo, musicóloga. Universidad Autónoma de Madrid.